DÍAS EN LA ALDEA por CARLOS BOLETE LOBETE.

En una tarde veraniega,

con todo su aroma a pueblo,

a su hogar un dueño llega,

con semblante color diablo.

 

Llega el hombre fatigado

de su habitual rutina,

esperando hallar bocado

y dar reposo a su retina.

 

No está servido el manjar

y patean con furia los intestinos.

Anhela tanto el paladar,

cerrar la boca a los gusanos.

 

Aguardaban con impaciencia,

en el suelo los vástagos,

hambrientos en la cocina,

tristes presos de las ansias.

La amada y la vecina

van de tragos a estragos. 

 

El hombre sale con furia,

la billetera llevándose

a un bar, a carburarse,

para así enfriar su rabia.

 

Empinó el codo sin freno

vacilando la gravedad.

Embriaguez y desenfreno.

Fantasía y oscuridad.

 

Regresó, pues ebrio y frío,

en compañía de fatiga y licor,

sujeto a un monedero vacío,

héroe de la noche y el dolor.

 

Bajo la negra tela del terror,

el pobre llegó a rastras.

y empapado de mucho polvo.

Moratones y sin chanclas.

charco de orina y sudor,

mortal aroma cuan esclavo.

 

Pues, esa noche no hubo cena.

Los pequeños mendigaron,

sobras de arroz tostado

que los vecinos tiraron

para perros por la ventana.




DÍAS EN LA ALDEA
CARLOS BOLETE LOBETE. 

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