Orgullo negro, de Homero


Otro día más que despierto y me siento completamente feliz. Otra mañana de sol infernal en que reluzco bajo el firmamento, en que brillo entre los focos. El día que lo descubrí, el calor sofocaba y la brisa me acariciaba el cuerpo hasta el punto de hacerme sentir más feliz que un magnate en su butaca, fumando un puro, y comiendo no sé cuántas cosas más. Entonces me di cuenta: soy negro. Soy perfectamente negro. Soy negro y por eso reflejo la luz, puedo dejarme ver. No soy oscuro. Las cosas oscuras son las que no pueden dejarse ver.

Esa mañana, al darme cuenta de que era espléndidamente visible bajo la luz del sol, dije “¡Wau, se me puede ver a perfección!” Entonces me acerqué a la multitud, me acerqué para confirmar mi descubrimiento. Todos me tocaban, pero mi piel no les manchaba los dedos. Vi que podía corretear de la emoción y mi cara seguía intacta, sin líneas verdes. Aquello que sentía era tan fuerte, que me caí. El golpe me dolió. Mi piel, sin embargo, era la misma de siempre, gruesa y fina al mismo tiempo y tan perfecta, que no vi en ella bulto ni rasguño. No se me hizo tomate la piel. ¡Wau, qué orgullo ser lo que soy, qué emocionante ser negro! Porque de verdad, me gusta y me siento orgulloso de ser de este continente que tan intrigados tiene a los arqueólogos, que inspira a los escultores. Me enorgullece saber que mis tierras son las únicas que la gente lleva en sus cuellos como medallas.

Ahora, cuando vuelvan a llamarme ‘oveja negra’, responderé simplemente que sí, que soy una oveja negra que no necesita del pastoreo blanco. Cuando me digan la ‘patera negra’, les recordaré que soy también el oro negro por el que se pelean todos; soy los diamantes negros que bombean ingentes cantidades de dinero. Entonces, soy sencilla y orgullosamente negro. Negro de piel, negro de actitud; porque lo negro es el poder de la negritud.


Orgullo negro
Homero

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